Agricultura familiar: el coste de mantener la tradición y la tierra

El modelo de agricultura intensiva debilita gravemente la capacidad económica y productiva de muchos pequeños y medianos agricultores, que se ven cada vez más limitados por la precariedad de los precios de sus productos, la competencia del libre mercado y el deterioro de las tierras.

Hablar con Antonio es como escuchar una voz del futuro —tampoco muy lejano, echémosle unos veinte o treinta años—, que hubiera vuelto para recordar una incómoda lección: “estábamos advertidos, pero no hicimos nada”. Lleva diez años dedicándose, entre otras cosas, al cultivo ecológico de tomates, calabacines y judías en la Alpujarra Granadina, mientras ve cómo esta tierra, “hecha gracias a la mano del hombre y a la riquísima herencia recibida de los moriscos”, se marchita. Especialmente desde que se declaró el Parque nacional de Sierra Nevada, en 1999, cuando la agricultura intensiva de tomates cherry o calabacines empezó a sustituir, progresivamente, a sus castaños centenarios y a empobrecer el agua de los manantiales.

“Lo que menos importa son las consecuencias. En veinte años nadie va a conocer la Alpujarra tal y como es hoy en día”. Para Antonio, los principales responsables de esta situación son los gestores del espacio natural y la Junta de Andalucía, que controla el Parque; y considera que parte de la solución debería pasar por dejar de apoyar un modelo de producción intensiva, como el que se desarrolla en el llamado Mar de Plástico, en el Poniente Almeriense.



Un gran problema de múltiples causas

Pero la cuestión de fondo no sólo pasa por los fallos en el marco de la organización institucional, sino por las barreras que existen para establecer precios más justos y evitar la caída de la renta de los agricultores. Sobre este último punto, se pueden encontrar varias pistas en la Política Agraria Común (PAC) europea y los efectos de su sistema de subvención.

Desde la última reforma de la PAC, en 2003, el sistema de ayudas se ha desacoplado de la producción hacia un Régimen de pago único ligado a la dimensión de las tierras. Es decir, cuantas más hectáreas se posean, más se cobra. “Existen también subvenciones ecológicas por hectáreas y por tipos. Y resulta que yo ni siquiera las solicito”, cuenta Antonio. “Sólo cuenta la tierra arable en determinadas condiciones. A lo mejor mi finca tiene 5 o 6 hectáreas, pero la mayor parte de ella son castaños o trozos de terreno que no son arables, y resulta que me pongo a echar cuentas y no las solicito. Y al final quien se las lleva es quien tiene 200 hectáreas.”. Según los datos del Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA), en el año 2013, el 76,5% de estas ayudas se concentraron en el 18,7% de los perceptores, y tan sólo el 0,03% reciben más subvenciones que el 45% total de los beneficiarios.



Diego Juste, jefe de prensa de la Unión de Pequeños Agrarios y Ganaderos(UPA), comenta que, tras la última reforma de la PAC, se han conseguido algunos avances puesto que, desde entonces, se exige que las ayudas se destinen a los agricultores activos (antes, no era un requisito trabajar las tierras que se poseyeran). Pero desde UPA señalan que se debe ir más allá: “Se debería tener en cuenta, por ejemplo, cuánto empleo genera la explotación, si apuesta por la producción agroecológica, o si se trata de una agricultura familiar”. Para este último modelo de producción, el Parlamento Europeo cifra unas ayudas anuales de 500 a un máximo 1.500 euros anuales, frente a los 916.000 euros de media que perciben los máximos beneficiarios.



Además de estas desigualdades, los pequeños y medianos agricultores también tienen que afrontar otras tantas dificultades a las que, en ocasiones, no pueden hacer frente económicamente. España es el país europeo con más siniestralidad por factores climatológicos de Europa, con la consecuente devastación que supone para los cultivos, pero muchos pequeños y medianos agricultores no pueden permitirse un seguro agrario contra estos accidentes. “El seguro agrario no les compensa a muchos agricultores porque es muy caro. La mala situación de los precios hace que no les salga rentable y, además, van a peor, por no hablar del impacto del cambio climático.”, señala Juste. Este año, el Ministerio de Agricultura ha establecido recortes del 10% en las subvenciones a estos seguros.

Para quienes apuestan por la agricultura ecológica como Antonio, además de todos estos factores se les añade, también, el gasto de la certificación. “Fíjate a dónde llega el punto en que se riza el rizo, que tú por hacer agricultura ecológica tienes que pagar una cuota que son 300 y pico euros al año, mientras que la convencional no paga nada”.

“El mercado es muy cabrón”

Ante este panorama, ¿qué solución cabría esperar? Para Antonio, la primera demanda debería ser establecer precios más justos y estables contra la imprevisibilidad constante en la que vive el campo. “El mercado es muy cabrón. Cuando no hay una cosa, vale un montón y luego, cuando hay, no vale nada”. Pone como ejemplo el caso de los calabacines, ahora muy escasos en Europa, que empezaron a venderse a 0,30 € y llegaron a dispararse hasta 2,10 € en el mercado convencional. “Una de las cosas más graves que tiene la agricultura es la incertidumbre con el tema de los precios. Tú sabes lo que vale un saco de insecticida, de amoniaco, el agua… Todo eso tiene un precio. Pero tú luego no tienes ni idea de lo que va a valer tu producto cuando ya lo has producido”.



Además, el inestable incremento de los precios de determinados productos puede suponer importantes diferencias entre los beneficios de los productores convencionales y los ecológicos, al mantener estos últimos precios más estables. “El calabacín ecológico estaba a 0,70 € y se mantiene entre los 0,70 u 0,80 €. A veces sube hasta el eurito, casi como de limosna”. Y añade: “Es un problema para el agricultor, porque tú el ecológico lo puedes vender en el convencional. Tienes al almacén diciéndote “échame unos calabacines a 2 €, y tú dices el ecológico lo están pagando a 1,20 €”. ¿Qué hago? Pasa el tren y está en espera, y encima no te puedes ni montar. Porque, ¿qué haces? ¿Desabasteces al mercado ecológico?”.

El vínculo con Marruecos

Encima, el rizo se puede enredar aún más cuando entran en juego los flujos de importaciones y exportaciones. El acuerdo agrícola entre Marruecos y la Unión Europea, con especial incidencia en el mercado agro español, es un ejemplo de ello hasta alcanzar límites que rozan lo insultante. Antonio lo resume así: “Siempre está el mismo rollo, cuando no te justifican el bajo precio de tus productos te dicen “es que ha entrado un barco de Marruecos y ya no valen las habichuelas”, y el mercado se va a pique en un pis pas”. La gravedad de este asunto no se limita a las consecuencias económicas que sufren los agricultores españoles —teniendo en cuenta, además, que la producción marroquí está regulada en diferentes condiciones—, sino que, como dice Antonio “los que están cultivando en Marruecos son los mismos perros con distinto collar. Y cuando el río suena, agua o piedras lleva”.

Según publica el diario Público, empresarios españoles controlan el 16,6% del tomate que se exporta desde Marruecos, a pesar de que la Federación Española de Productores Exportadores de Frutas y Hortalizas (FEPEX) considera perjudicial para los intereses españoles el acuerdo entre ambos países. Diego Juste, desde UPA, denuncia que “los agricultores han sido utilizados como moneda de cambio para conseguir el apoyo marroquí en determinadas políticas estratégicas, como en temas de seguridad o terrorismo. Sabemos que tres familias de la oligarquía marroquí, incluido el propio Ministro de Agricultura, controlan las políticas agrícolas. También sabemos que han comprado participaciones en el puerto de Perpiñán, y estamos convencidos de que hacen lo que quieren. Hay un capítulo del Corán (2:11-12) que recoge: “Cuando se les dice: «no corrompáis las cosas en la Tierra”, responden: “pero si sólo las hacemos mejores». ¿Acaso no son los corruptores, aunque no se den cuenta?”.”



Quizá aún estemos a tiempo de hacer que aquella voz del futuro no tenga que volver para reprendernos. Es muy posible que llegue el momento en que nos arrepentiremos de haber maltratado de tantas maneras al origen mismo de nuestras vidas. Pero lo que es seguro es que todavía tenemos la oportunidad de frenar este modelo de consumo tan viciado, empezando por volver a respetar la Tierra y las manos que la trabajan para darnos de comer.